Liselotte y su amistad con el Rey Sol

El Rey se divierte mucho con la irónica sagacidad de Madame, incluso se ríe con las cartas que envía Liselotte a su familia, contando las "aventuras" de Versalles.
El monarca es condescendiente con las críticas en tono de humor, siempre que no entren directamente a sus asuntos personales.

Madame sobre Versalles:

Si Su Alteza pudiese ver los grandes cuidados y esfuerzos que hacen aquí las mujeres para volverse repulsivas, estoy segura de que Su Alteza se hartaría a reír. Personalmente, no puedo seguir los dictados de este tipo de mascaradas, pues diariamente los peinados crecen hasta arriba. Creo que terminarán consiguiendo que las puertas se tengan que hacer más altas, ya que de lo contrario las damas serán incapaces de entrar o salir de las habitaciones. (...) Creo que las colas de sus trajes acabarán convirtiéndose en serpientes. No me extrañaría en absoluto que esto le pasase a Grancey, que ya tiene una víbora en la lengua con la que muerde frecuentemente. 

— Carta dirigida a su tía, la princesa Sofía de Baviera, escrita en Fontainebleau el 8 de octubre de 1688.


La amistad entre Madame y el Rey es excelente para envidia de muchos en la corte.
Liselotte se atreve a decirle a Luis cosas que a otros les costaría la vida.
Mantiene conversaciones más allá de lo superficial, cosa que agrada mucho al monarca. No cumple los cánones de belleza, por lo que puede tener una amistad plena sin que añadan a Liselotte a su lista de conquistas. A Madame tampoco se le pasa por la cabeza tener ningún tipo de relación con el rey (ni con nadie de la corte francesa).
En una carta que escribe Madame a una de sus tías tras caerse de un caballo en una excursión con su cuñado, se aprecia muy bien el tipo de amistad que la Princesa Palatina mantenía con él:

Él (Luis) fue el primero en llegar, estaba tan blanco como una sábana; y aunque le aseguré que no estaba herida él no descansó hasta examinar personalmente mi cabeza por ambos lados y comprobar que le había dicho la verdad; también me acompañó a mi dormitorio y se quedó conmigo durante un rato por si acaso yo me mareaba...Tengo que decir que el Rey me demuestra su favor todos los días, puesto que me habla cada vez que me ve y me reclama cada sábado para compartir la "Medianoche"(fiesta con nombre español, privada a la que sólo unos pocos privilegiados podían asistir) con él y la señora de Montespan. Ésta es una de las razones por las que ahora estoy muy "à la mode", cualquier cosa que hago o digo, tanto si es bueno como inadecuado, se admira inmensamente hasta el grado que cuando decidí lleva mi vieja estola de Marta Cibelina al cuello para combatir el frío, todo el mundo se hizo una igual; ahora las estolas de Marta se han convertido en el último grito de la moda. 

— Carta escrita en Versalles el 4 de noviembre de 1677.


La ruptura de la amistad con el Rey

Retrato de Isabel Carlota del Palatinado
Los favores del Rey se interrumpen cuando Madame les declara la guerra a las distintas amantes del Rey (a excepción de Luisa de la Vallière, a la cual Madame compadece por el trato que recibe del Rey y Montespan).
Luis XIV muestra una gran tolerancia en casi todos los terrenos, pero no tolera que se cuestionen sus asuntos de cama, siendo capaz de cortarle la cabeza a cualquiera que critique algo sobre el tema, incluida su cuñada.
Aunque al principio Liselotte aprueba a las amantes del Rey (habiendo compartido muchas cenas y fiestas con Montespan sin problemas), con el paso de los días no las soporta. En ese momento, Liselotte que siempre le había resultado a Luis muy simpática, pone en cuestión un tema intocable para el Rey como son sus amantes.
Madame escribe un gran número de cartas a sus familiares alemanes poniendo a las favoritas del Rey bastante verdes. Describe a Montespan como "la mujer más maligna y desesperada del mundo". Y agrega: 

Lo peor es que no puedo discutir del tema con Monsieur, pues en cuanto digo una palabra él corre a contárselo al Rey.
 — Carta dirigida a su tía, la princesa Sofía, escrita en Saint-Cloud, 14 de abril de 1688.

Aunque, si la favorita de turno, Montespan, no le agrada en absoluto, Maintenon, tan religiosa y bondadosa, es la que más enciende la ira de su interior. Madame pierde los papeles con sólo pensar en ella cuando escribe a uno de sus familiares:

Le contarán a usted lo muy bruja y diabólica que es esa vieja ramera, y también le dirán a usted que yo no tengo la culpa de que me odie a muerte, puesto que he hecho lo posible para que nos llevemos bien. Ella convierte al Rey en un ser brutal, aunque Su Majestad no sea de naturaleza cruel... También le convierte en alguien duro y tiránico, de modo que ya nada puede conmover su corazón. No creería o se imaginaría usted la maldad de esta vieja. Y todo lo hace bajo un disfraz de piedad y humildad.

— Liselotte, palacio de Fontainebleau, 10 de octubre de 1693.


Estas jugosas cartas son interceptadas por espías, entregadas al Rey y leídas por la criticada, que naturalmente toma venganza. Maintenon consigue que Luis XIV prohíba la entrada a su cuñada a palacio.
Sólo para ayudar a su hijo Felipe en la corte, Liselotte se traga su orgullo y pide disculpas. Logra la reconciliación, aunque con bastantes dificultades. El trato con Maintenon es igualmente frío y distante, y la amistad con el Rey jamás volverá a ser como en sus inicios.
Algo que hería sobremanera la sensibilidad de la duquesa era que las maîtresse-en-titre (las amantes oficiales del rey) y sus hijos ostentaban una posición superior a la suya. Liselotte era inexorable en cuanto a la legitimidad de los miembros de la familia y se encargaba de importunar a quien ostentara ese cargo y a todos los hijos ilegítimos del Rey.
Es de imaginar lo que fue para ella que su hijo Felipe de Orleans fuera comprometido con Francisca María de Borbón, hija legitimada de Madame de Montespan, amante del rey. Cuando se enteró que el joven Felipe había cedido ante el rey y había aceptado el compromiso, la enfurecida Liselotte abofeteó a su hijo delante de toda la corte y le dio la espalda al rey mientras este la saludaba, solamente ella podía permitirse algo así frente al Rey Sol. 
Luis XIV, al ver la escena, hizo su mayor esfuerzo retorciendo su barbilla para no reír a carcajadas y empeorar la situación de su joven sobrino, quien con la mejilla roja no sabía que cara poner. 
Más tarde escribió al respecto:

Si con el derramamiento de mi sangre hubiera podido impedir este matrimonio, la habría derramado sin vacilaciones, pero como ya es cosa hecha, no puedo hacer nada más que tratar de mantener la calma.


Retrato de Isabel Carlota del Palatinado

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